Dentro del ciclo Orígenes, se ha programado por la Obra Cultural del Obispado de Vic, una doble exposición de la pareja de ceramistas Jordi Marcet y Rosa Vila-Abadal, iniciada con una primera parte titluada La Luz de las Oscuridad seguida de La luz de la tierra. El ciclo Orígenes se acompaña de una exposición del pintor Jorge Rojas-Golsack tituada Paraíso, además de dos conferencias (El Génesis a cargo de M. Grané, y La cerámica, vehículo de expresión contemporánea a cargo de Carme Collell), y una audición musical comentada (La Creación, de Haydn); exposiciones y actos que desde la primavera al otoño del 2007 han acontecido en la ciudad de Vic (Barcelona), a propósito de una reflexión sobre el Génesis.
Con estas palabras comienza el encarte que presenta la exposición de Jordi Marcet y Rosa Vila-Abadal que abre el ciclo Orígens, una instalación que expresándose a través de la cerámica nos pre-dispone a reflexionar sobre los orígenes, bajo la pauta del relato bíblico del Génesis.
Entramos en la exposición. Estamos bajo la bóveda de piedra de la antigua Alberguería, arropados en la penumbra y acompañados por las notas de las Variaciones de Elena Karandrov (compuestas para la banda sonora de La Mirada de Ulises). Las cerámicas creadas conjuntamente por Jordi y Rosa parecen flotar sobre un manto de fieltro que, como un pentagrama, recoge la cadencia atonal de un ritmo pausado. El espectador se encuentra en el recinto sumergido en una atmósfera de tranquilidad, mientras descansa la mirada en cada pieza estableciendo con el pensamiento una relación entre cada una de las cinco obras presentadas y las palabras extraídas del Génesis que a la entrada de la muestra se nos han sugerido:
Gn. 2.6
Recibe al visitante, un monolito en el que se han dispuesto juntos y en vertical cuatro plafones cerámicos (80 x 80 cm cada uno) formando un único lienzo (la obra se ha colocado a partir de aproximadamente medio metro del suelo y se alza casi hasta la bóveda). Cada plafón está conformado a su vez por cientos de diminutas piezas cerámicas que, por acumulación, componen una masa compacta, en una cadencia de tonalidades oscuras de textura aterciopelada por un esmalte gresificado; entre los fragmentos oscuros, de modo aleatorio, se han insertado pequeños destellos de luz mediante otras piezas de igual medida y forma, esmaltadas con colores casi primarios (cada mural contiene precisamente cinco puntos de esos colores más llamativos, que sin repetirse salpican la oscuridad en lugares diversos). «La elección del número cinco –me explica Rosa Vila-Abadal, coautora de la obra- se utiliza en la numerología como símbolo de la sabiduría; el nº 5 es el número del ‘maestro’».
La presencia vertical, personalmente me sugiere una gran fuerza generadora de vida: la luz en la oscuridad donde explosiona el principio del Universo. Detrás del monolito, literalmente a su sombra, se ha dispuesto a poco más de un palmo del suelo un grupo de recipientes con agua, “vasos-bandeja” donde han brotando delicados tallos que anuncian el comienzo de la vida. La secuencia continua con dos bandejas de madera que, en un salto sincopado, se han elevado en altura para acercarnos a la mirada un grupo abigarrado de pequeñas flores, dispuestas como en un semillero (rojas trompetas de agua en una bandeja y azules en la otra). Los artistas utilizan estos dos colores como representación de lo material y lo espiritual (tierra/agua).